Malillo salió de su casa pisando charcos.
Buenillo salió limpito y con la tarea hecha.
Malillo no faltó al trabajo (que no le gustaba), y mientras sonaba a descanso, soñaba en la Isla de los Placeres.
Buenillo trabajó el doble y buscaba ser poderoso, sabiendo cómo era él, del bajo astral, sin gracia, ni imaginación.
Malillo se lió con su diecinuevemil ochocientos ochentayochoavo amante -con el que fingió sentirse muy amado- al salir del trabajo.
Buenillo comió la comida preparada por su marido, se acostó y tuvo una siesta plagada de pesadillas.
Malillo aspiró coca y humo, y licores baratos en el tropel de luces de la exuberante noche.
Buenillo probó el alcohol en el círculo de frases hechas y bailes de nieve.
Malillo sintió todo el peso de su existencia al quedar solo en su habitación, rota y desordenada.
Buenillo, con indiferencia, se acostó con su marido, o con él mismo, lo mismo da.