viernes, 24 de mayo de 2013

VERDAD


Un coche le llevaba a Torremolinos en una nube de imágenes de angustia. El taxi tenía las ventanas negras, como un ataúd. Iba hacia la noche para ahogarse en ella, pensaba que aquél taxi  le conduciría al Leteo, un sarcófago con ruedas  donde al final le esperarían la tierra húmeda, el vacío abstracto de la muerte. Llevaba noches intentándolo: borracheras inimaginables, un frasco de revotril  en la mesita de noche, asomando la cintura por la ventana, cruzando sin mirar los semáforos...
Empezó a sonar en la radio del taxi una canción. Era una voz conocida, de una tonadillera, la preferida de su madre: Rocío Jurado. Cuántas veces se había mofado de esa folclórica idolatrada por la que le diera luz…. Cantaba a coro y orquesta el tema Como las alas al viento.  La oía como un eco: “lucha lucha, lucha, no quieras ser por siempre un perdedor” “Ayúdame…ayúdame, Señor….” 
Toda su ignorancia comenzó a deshacerse, pues la fuerza de la música había logrado su empeño; y ahí, en aquél mismo momento, la Inspiración  Divina bajó para consolarle. La Inspiración tenía aspecto de clown, el pelo rubio, suelto, y una enorme estrella sobre la frente.   Bajó desde su nube y se fundió con él en un abrazo profundo. Su martirio se daba por terminado.


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Precedían a esta escena cinco meses de baja por depresión en el más absoluto infierno,  aumentada por efectos de una medicación infame. Semanas sin moverse de un sofá, para,  cada vez que salía, perderlo todo: documentación, móviles, dinero…..hasta dejaba la puerta de su casa abierta. Una noche, un falso conocido narcotizó su cena para robarle. Le había conocido en un bar, so pretexto de intercambiar idiomas. Le invitó a su casa y el nuevo amigo se empeñó en preparar la cena: unos macarrones aderezados con tomate y orfidal. Ropa, memoria virtual, ensayos, diarios, cartas, fotos, su tesis doctoral, escrita durante diez años, todo fue robado durante el sueño, todo a la mierda. 
No veía salida por ninguna parte. "¿Cómo se ha unido este puñado de críos para firmar en mi contra? ¿Yo, que cumplo mi horario, que trabajo más de lo que debo, que cuido de ellos como si fuesen de mi familia?"- pensaba, mientras miraba al techo, desde la cama-. " Todo está corrompido, la escuela, la administración, el puto país... ¡La culpa es de la Envidia! Él tiene la culpa....Están manipulando  a mis alumnos. Y yo estoy solo..."
Esa mañana de Noviembre firmaron el escrito en los escalones de la primera planta, hábilmente deslizado entre los jóvenes estudiantes durante el cambio de claseUn escrito diseñado contra él por un miembro de la directiva: la Chinita, actual jefa de estudios y profesora de caracterización. 
Sonrisa incrustada, achaparrada silueta, ojeras oscuras, trasnochado vestuario ... curiosamente, era la  íntima de su peor enemigo: La Envidia. La Envidia era el otro profesor de Interpretación en el Musical. Le llamaban así por el papel que interpretó en un auto sacramental en el Corral de Almagro, hacía treinta años. Decían que el papel lo había poseído. Alto, de piernas delgadas, barrigudo, casi sin pelo, y la mueca permanente de un agrio Polichinela. 
El día que él llegó por primera vez a la escuela, notó algo raro en los ojos de la Envidia. Aquella mirada... Simplemente, iban a impartir la  misma asignatura, pero, ¿por qué le miraba así?.
-"Para <<El Nuevo>> la cosa pinta mal -decían dos compañeros desde un rincón del exterior del edificio cúbico- la directiva quiere colocar a una de Murcia, y la inspección busca un cabeza de turco"- parloteaba uno fumando ávidamente su cigarrillo en la entrada-.
- "No es el primero- asentía el otro-. ¡Joder! Siempre con la táctica del miedo, el miedo planeando sobre nosotros. Mierda de funcionarios obedientes.. Lo han hundido, al hombre."
- "En las escuelas se usa al alumnado como arma arrojadiza. Los profesores más mediocres tienen más destrezas para manipular a los alumnos. Porque tienen miedo de compararse con sus compañeros, más profesionales y mejores personas".
-"Los han envenenado de tal forma, que aunque les diera a sus alumnos jamón de pata negra, ya no le querrían". En ese momento callaron, apagando el cigarro con precipitada ansiedad, porque pasaban la Chinita y la Envidia doblando la esquina del pasillo con unas fotocopias bajo el brazo.
-“Hay que echar a este tío”, se oía poco después  en la conserjería. Un alumno parloteaba con la laboral de turno, atenta siempre a los últimos chismes. Era David Emilio. Ninguno de sus compañeros lo tragaba: estudiante del montón, pero ávido de popularidad, se paseaba ahora como un pavito por los corredores. Se jactaba de haber sido él mismo quien avisara a la Inspectora. La jefa de estudios le había concedido el honor de su complicidad, aparte de unas cuantas indicaciones para fastidiar al profe. Ahora recogía las firmas de "la alegre pandilla" -mote que se habían puesto entre los de su curso-, que le esperaban en los escalones de la primera planta.
La otra "pandilla", la de la directiva, inducidos por La Envidia, llevaba mucho tiempo aleccionándose a fondo en reuniones de tapadillo: colando jefecillos en la clase del profesor nuevo, líderes a los que otorgaban privilegios, empujándolos al desafío, a las protestas, a faltar a clase y, finalmente, a la "elaboración" del escrito, que cayó en sus manos ya redactado. Estaba la trampa dispuesta, solo había que invocar  a la Inspección.  
Y apareció la Inspectora, alta y seca, con pantalones de cuero ceñidos y chaqueta de gigantes patas de gallo. Tras varios ilegales, humillantes y crueles interrogatorios, donde sus propios compañeros sometieron a juicio sus cualidades frente a sus alumnos, finalmente llegó la petición de despido. Connivencias -diría después su abogado-entre directivas e inspectores.
El día aquél, el director de la Escuela lo llamó a su despacho y lo sentó frente a sí.  Siempre le había parecido que tenía la cara de un muñeco, sin expresión. Con sonrisa eginética, le entregó el documento, clavando en sus ojos unas inexpresivas pupilas azules... "incompetencia para el puesto". ¿Me firmas aquí?
-Ya lo habéis conseguido-dijo él- y salió tras firmar. Lloraba. Ciento cincuenta y cuatro días de  llanto continuo pasarían hasta llenar un lacrimario; auténticas lágrimas de calvario de educador.  La Inspiración, sobre su nube, miraba al pobre maestro con languidez, intentando lanzarle algún rayito de esperanza. Pero no, no era esa la ocasión.
 Y si algún día todo eso terminara, ¿Quién le devolvería la tranquilidad, la fe y la felicidad perdidos? ¿QUIÉN? Y sobre todo, ¿su credibilidad, su respeto como profesor?-pensaba mientras se dirigía en bus hacia su casa-. Durante el trayecto, se dejó olvidada en el asiento sus gafas y toda la documentación del proceso ...

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 “Vienes a saludarme, -piensa, mientras le mira a los ojos- como si nada hubiese ocurrido, como si no hubiese estado en peligro de perder mi razón y mi vida.  Miserable, tú y todos ”.
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Han pasado cinco meses en los que se ha quedado atrás su vía crucis, pero sólo un manto fino lo cubre con el farmacéutico paso del tiempo. Los ansiolíticos han ido a la basura. Un cambio de bolsa y de centro, caídos del cielo, fueron la curación. El abogado  del sindicato se frotó las manos por el ahorro de trabajo.
 Antes de presenciar  un reestreno en uno de tantos teatros de la  ciudad donde ahora trabaja y vive, -lejos de familia y amigos y de su casa propia,- busca su butaca. Mientras se acomoda, aparece ante sí un rostro conocido. Es uno de aquellos alumnos que firmaban en las escaleras y que ahora le saluda cordialmente: “Hola, profesor, ¿se acuerda usted de mí?” –le dice sonriendo-.
 No hubo que decir nada, solo  mirarle a los ojos -con los ojos se puede decir una frase completa y perfectamente inmensa-. El ex-alumno, avergonzado, se dio media vuelta y se sentó en su butaca. Era a quién menos esperaba ver esa noche. El teatro es un mundo muy pequeño. Intentó serenarse. Pero ya no pudo ver en paz la obra, pues sólo estaba atento a la empatía de los actores, su cualidad de transmisión. Lo más importante en escena es transmitir, buscar la verdad. Verdad, iridiscente o gris, lunática o podrida, pero verdad. Un don precioso en este mundo engañado. La muchachita-clown, divina y luciente, con su diadema estrellada, le abrazaba, invisible, sentada junto a él.
En medio de la obra, otras imágenes le asaltaban. No paraba de dar gracias a  su madre y a Rocío Jurado.
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Dedicado al 4ºA del año y de la Escuela que todos sabéis.