lunes, 7 de febrero de 2011

Educación Artística: Nidos de víboras



            Con este escrito transmito mi inquietud,  pero si alguien se da por aludido, será porque algo de lo que reflejo aquí estará ocurriendo no muy lejos de  algún departamento.
Este sábado presencié algo que suele decirse es “muy normal” en el autobús Portillo que marcha la noche del sábado en la costa. Una pandilla de adolescentes menores de edad entraron con copas de alcohol en las manos en el transporte público. Un grupo de extranjeros del Este, de entre 35 y 55 años, charlaban amigable y felizmente durante todo el trayecto. Al poco de subir la tribu de “canis” uno de estos "se metió" con la única mujer del grupo de extranjeros y de repente se produce una batalla campal: puñetazos, insultos, tirones de pelo y rostros desorbitados de violencia de unos jóvenes que no respetan nada, cuyos padres esperan sin duda que reciban clases de moralidad en la escuela. Niños ebrios contra personas maduras tranquilas, hechas y derechas, una muchedumbre de niños contra un escaso círculo que podrían ser sus padres o abuelos.
Ya lo anunciaba Cyrano de Bergerac en su Viaje a la Luna, o las  ilustraciones de Grandlville en L’Autre Monde,  el mundo se está dando la vuelta, por culpa de uno de los más desastrosos sistemas educativos que haya conocido la historia de la Piel de Toro.
¿Dónde se halla  el germen de todo esto? No lo sé. Pero sí puedo hablar de un lugar donde estos desajustes se alimentan y generan a un nivel mucho más sutil y  despiadado. Me refiero a las enseñanzas artísticas, de las que puedo hablar con propiedad después de haber pasado por varios centros y diferentes épocas  y directivas, de estas instituciones cuyo objetivo parece ser el de transmitir y educar en el conocimiento y sentimiento artístico.

            Nadie habla nunca de esto, o lo hace de forma muy genérica o solapada, pero se muestra como un hecho que se repite cada vez con más frecuencia en el ámbito de las enseñanzas superiores y la universidad. Hablo del acoso laboral o moobing. Habría que preguntar qué o quiénes favorecen estos acosos a los educadores, y la respuesta es bien clara: el sistema educativo elige víctimas, chivos expiatorios que paguen las deficiencias de una administración corrupta, basada en las más ponzoñosas de las camarillas,  la chapucería más lamantable, el tráfico de influencias y las más atroces envidias.
            Y digo bien, en ningún medio como en estas ramas de la educación artística, -donde debería educarse para la sensibilidad, la belleza y las leyes de la armonía universal-, se sufre tanto la manipulación estudiantil, las intrigas palaciegas y la prevaricación sobre los puestos de trabajo y “dignidades” académicas. Para empezar, el personal es relativamente reducido y con poca movilidad, lo que hace más que apetecible las vacantes. Muchas veces la administración se “salta una titulación” para colocar a un “enchufado” desde otro cuerpo, o exige una titulación para que el que tendría derecho al puesto no lo consiga. Luego están las “comisiones de servicio”, donde el enchufismo podría ser el más claro sinónimo del término, comisiones en gran parte creadas para un sistema  que establece una serie de agujeros por donde “colar” a  familiares y allegados en puestos de poder. Si alguien reclama esta injusticia la Administración dispone de un tiempo inmensamente necesario para que el perjudicado se aburra en su reclamación, abandone  el proceso, cambie de bolsa, o se vaya a buscar trabajo a otra ciudad.
Todo esto se genera en las “camarillas” o cúpulas de poder de los centros. con el beneplácito de la inspección (cuya ganada fama de no dar golpe es celebrada universalmente*). Las enseñanzas artísticas están dominadas por estas redes de educadores-vampiros, generadas gota a gota a través de un veneno ancestral en los sucesivos equipos directivos, fruto del sentido tardofranquista del nepotismo, la corruptela, el tráfico de influencias, amiguismo y otras formas baratas de accionismo que han generado uno de los más mediocres sistemas educativos que conocerse pueda en el ámbito europeo.
            Si hay un término que pueda definir  a la enseñanza artística en nuestra región, es, en efecto, el de la mediocridad, mediocridad en mayúsculas generada por la colocación de educadores “a dedo” junto a la busca, captura y exterminio de los educadores realmente dotados, que ven con angustia cómo el acoso, el ninguneo y la  manipulación ejercida sobre su trabajo se lo hacen doblemente difícil. No importa que fulano se haya pasado la vida estudiando, tenga más títulos y méritos y doctorados, si zutano, que pasó de arreglar pelos en una peluquería de señoras o mengano, celador de hospital, son amigos del director, la jefa de estudios o la secretaria de turno y sus coribantes. El mismo caso vimos en las dos últimas oposiciones, donde el amiguismo ha sido de un descaro espectacular. Se han visto casos espeluznantes de cómo individuos recién salidos de la carrera y sin tiempo de servicio se han colocado por delante de profesionales superdotados con un tiempo de servicio y experiencia  reconocida de años. Su calvario no hace más que empezar. Continuando de funcionarios interinos, vuelven a quedar en manos de las camarillas que les han negado el derecho a una posición digna y una vida un poco más fácil. Y, si estas directivas se lo proponen, los machacarán. Porque medios de hacerlo hay, y variados. El uso corrupto de la política y sus connivencias están en la raíz de del problema. No se tratará, la mayoría de los casos, de un un desarreglo educativo, sino de un conflicto de intereses, poder o lucro.
            El moobing algún día no lejano se equiparará al maltrato de género, porque sus efectos son iguales de destructivos. Recuerdo una película fascinante de hace pocos años, titulada LA OLA, donde un profesor de ciencias políticas genera para sus alumnos una práctica para demostrarles lo fácil que es caer en una autocracia (evitando usar el término fascismo, ya que están en Alemania). En efecto, comienza por crearles a estos alumnos una conciencia de elegidos, les hace creer ciegamente en su liderazgo y los manipula para hacer lo que el líder considere lo correcto. El experimento se le va de las manos y todo acaba en tragedia. ¿Quiénes son estos líderes de las enseñanzas artísticas? En la mayor parte de los casos, artistas frustrados, que se miden con lo poco que tienen delante, ya que ni siquiera la mayoría ha ejercido en el ámbito del mercado artístico, pero se sienten reyes en su gris microcosmos. La suspicacia de éstos sobre los que tienen un curriculum profesional brillante o una carrera de estudios académicos universitarios, o, simplemente, una óptica diferente de la asignatura, es tal, que harán lo posible para que no escalen en ninguna jerarquía de la educación, vaya a ser que sus “competidores” los pongan en evidencia. Si algo hay que hayan aprendido estos seres, es a imponer sus criterios como dogmas y hacerles ver al alumnado que estos dogmas son inviolables. La forma de comprar a los alumnos es fácil: decirles que son geniales, notas altas, favoritismos, talleres donde estos participen como lucimiento, promesas laborales o actuaciones en futuros festivales y encuentros, etc, con una camaradería destinada a sacarle información  de su “enemigo” para luego negativizar el trabajo de éste.
            Los alumnos de esta manera harán todo lo que les aconseje su líder, que nunca se pillará las manos denigrando directamente al que él considera rival, sino haciendo comentarios obtusos sobre la forma de trabajar de cierto profesor, de su forma de dar los contenidos, o de su estilo personal. El moobing no lo ejercerá solo una persona, será ayudado, claro está, por la cúpula del poder. Estos alumnos-kamikaze se tomarán como algo personal la destrucción del “profesor no deseado”, como una lucha romántica contra alguien que es necesario que salga del círculo que ha envenenado su ascensión en el conocimiento. Le buscarán las vueltas, tachándolo de inútil o vago (aunque trabaje más que todos los funcionarios juntos). Buscando, En resumidas cuentas, la forma de deslucir su trabajo para enviarle a la Inspección a través de escritos. La Inspección por supuesto, para no remover demasiado la mierda; sí, he dicho bien: la mierda;  elegirá tomar al profesor acusado como chivo expiatorio antes de recalar en una investigación real sobre la profunda podredumbre de un sistema que ha instalado en sus filas a hileras de grises funcionarios de dudosa categoría moral y más aún dudosa  capacidad transmisora del conocimiento.

         Pero lo más triste del asunto, no será, si cabe, ese frente de acólitos guerreros-alumnos dispuestos a defender la “causa de la educación”, sino otro núcleo: el de los "eminentes" profesores-colaboradores que han “presenciado” el triste caso del profesor de marras y que, si no ayudan a su destrucción directamente, miran hacia otro lado con socarronería, indiferencia o miedo. Ese es el peor de los grupos, el de aquellos miembros del claustro que asisten, impasibles, al maltrato del compañero, con las espaldas guardadas (o eso se creen), pensando que es una desgracia, sí, que no va con ellos, pero que  jamás lo sufrirán en sus propias barbas. Qué equivocados están. Parafraseando a Martin Luther King: " lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos". 
            La administración ha instalado un  fascismo discreto y terrible para el educador que quiere cambiar el sistema, mejorar el mundo y hacer este más libre,  feliz y llevadero, o simplemente, desarrollar su trabajo con normalidad sin ser el rival del envidioso fulano de turno, o el usurpador del jugoso puesto de trabajo para quien quería aquél miembro de aquella directiva. Si puede, y le será fácil hacerlo, la directiva lo eliminará, como al doctor Dillamond del musical Wicked, eligiéndolo como “chivo expiatorio”, no sin antes haberle proporcionado una cruel tortura psicológica. La administración misma funciona de esta manera. Ya nadie vela por el profesor, todo se determina en base a la aceptación de la ignorancia, el voto de la audiencia, el escrito colectivo del alumnado como una llamada colectiva al teléfono de Gran Hermano para hacerlo salir de la casa, en este caso, de un trabajo honrado que se había ganado a fuerza de años de esfuerzo y apuestas arriesgadas. La Inspección acude, se le somete a un interrogatorio ilegal y kafkiano, se le desautoriza y autoriza al alumnado, llama como expertos para revisar su trabajo a los propios  compañeros-jefes-acosadores y el cerco cae sobre el profesor, que se ve de repente dentro de un ataúd  y con un réquiem sonando de fondo. Nuestra figura, la del educador, se ha desautorizado, y el escarnio público y la inmolación del profesor “non grato” que denuncia estos vacíos o cuestiona los contenidos se hace regla de turno.
            Vuelvo mi mirada a la escena del autobús: los críos con ojos desorbitados de odio irracional, y el cansancio y desesperación en la mirada de los emigrantes que aún se recomponen la ropa tras la conflagración.  Y pienso que esto que ocurre es consecuencia de un sistema al que solo le importan la rentabilidad y los resultados, pero que no se detiene en el proceso. Un sistema que, cuando hay un problema grave de estructura, simplemente, se desgarra las vestiduras y se busca quien pague el pato por sus desarreglos
          Nos mandarán a galeras, y el sistema seguirá funcionando con un concepto escolástico y decadente, desecando un páramo espiritual donde únicamente podrán anidar- y prosperar- las víboras.

..................................................

* La vecina de mi madre, comentaba hace unos días: " mi Merceditas en cuanto pueda, deja la docencia y se mete a inspectora, porque los inspectores no trabajan". Habla con propiedad. Su marido fue en otros años inspector y militante de una facción católica muy conocida en el universo de la educación. Mi madre también me hace otro comentario al respecto, cuando la vecina  se va al mercado: "¿Cómo crees tú que se ha ganado la plaza esa niña recién salida de los estudios?  Nene, hay que tener un padrino, o un padre".